Periodista y activista, es autora del libro “Chile: la semilla campesina en peligro” en conjunto con la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas para América Latina (RAP-AL). Lucía Sepúlveda, revela detalles y “aterriza” la discusión frente al actual escenario de la transgenia en el país.
En el Congreso se están tramitando dos proyecto de ley que introducen de lleno los transgénicos en Chile: El primero tiene relación con la apertura de los cultivos para el consumo interno y otro sobre los derechos de propiedad de los obtentores de nuevas especies de vegetales y que implicará su protección tanto legal como comercial en desmedro de los pequeños agricultores y comunidades campesinas. Sin embargo, estos proyectos ya cuentan con el debido sustento tras la reciente aprobación del convenio Upov 91, que les brinda el marco legal para su arribo a Chile.
¿Cuál es el panorama actual de los transgénicos en nuestro país?
Hasta el momento sólo se cultivan semillas transgénicas para exportación, cuyas especies son principalmente maíz, soya y raps o canola, que se concentran en las regiones del sur de Chile. Entre los años 2008 y 2009 estas semillas ocuparon el 50% de la superficie certificada para exportación y, con los años, esto ha crecido desmedidamente. El Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) maneja la información de quiénes son los dueños y dónde específicamente están estos cultivos, pero se niega a entregar estos datos tanto por las presiones ejercidas por las empresas como por su complaciente silencio y deficiente capacidad fiscalizadora.
Cuando se habla sobre los efectos de los transgénicos, se les critica por posibles efectos sobre la salud, pero ¿Por qué las semillas se ven afectadas?
El efecto de los transgénicos atañe a todo lo que nos rodea: Nuestra salud al consumirlos, la de quienes trabajan en los campos, de quienes viven cerca de los predios, de la tierra, del agua, aire y por sobre todo a nuestras semillas, ya que en primer lugar, el cultivo de transgénicos va de la mano del establecimiento de derechos de propiedad que implica que todo pequeño agricultor o comunidad campesina tendrá que pagar un derecho para poder cultivar sus semillas naturales u orgánicas a quien posea el registro de la variedad. Y, en segundo lugar, porque los transgénicos contaminan genéticamente la naturaleza de las semillas de manera irreversible, lo que significa que se pierden para siempre cultivos tradicionales.
¿Éste es el derecho de propiedad que establece el Convenio Upov 91?
Este convenio, al que Chile acaba de adherirse, significa que se refuerza un régimen de propiedad abusivo sobre plantas y variedades vegetales que no es una patente, pero que sí permite apropiarse vía los denominados derechos de obtentor, es decir, de quienes desarrollan y registran nuevas especies vegetales, en otras palabras: De las semillas. A su vez, se requerirá de la autorización del obtentor o dueño, o sea de las transnacionales, para la reproducción y posesión del producto, lo que en lenguaje sencillo se traduce en que los pequeños agricultores, campesinos y comunidades indígenas tendrán que pagar a las empresas el derecho a utilizar sus semillas.
¿Y por qué el convenio le abre las puertas a la transgenia?
Con la adhesión a este convenio, específicamente a su normativa del año ‘91, que estipula los derechos del obtentor, permitirá que las transnacionales detrás de los cultivos transgénicos, en el mediano y corto plazo, sean las dueñas de la mayoría de las semillas campesinas y, a su vez, porque todas esas “nuevas especies” que comenzarán a registrarse, mayoritariamente corresponderán a organismos genéticamente manipulados, que se cruzarán inevitablemente con las especies nativas chilenas y así estaremos frente a un escenario absolutamente dominado por la transgenia.
“UNA DESPROTECCIÓN LEGAL”
Parece impensable creer que se esté legislando algo tan adverso para pequeños agricultores y campesinos...
Así es. La semilla chilena está en crisis, ya que el modelo agroindustrial que se está imponiendo dentro de todos los marcos legales que el Estado ofrece, hará que miles de pequeños campesinos, comunidades indígenas que basan sus economías en el intercambio de semillas y que albergan especies ancestrales de sus pueblos y localidades, queden en una absoluta desprotección legal, dominados por las transnacionales. Nuestras semillas, que son patrimonio colectivo de las comunidades, se convertirán en propiedad privada de estas empresas y se despojará a los campesinos de sus derechos de seleccionar, mejorar y guardar semillas, mecanismo resguardado por el Tratado de Recursos Fitogenéticos de la FAO.
¿Y qué rol cumplen aquí los plaguicidas?
Aunque parezca increíble, estas mismas empresas son las que desarrollan los plaguicidas y pesticidas que están en el mercado y van ofreciendo todo en un mismo paquete. A su vez, esto va de la mano con su uso, ya que estas especies son cada vez más resistentes a los plaguicidas ante las innumerables mutaciones genéticas que sufren las semillas, creando un campo de protección para ellas y aniquilando todos los insectos, hierbas y animalitos que estén a su alrededor. Esto no sólo daña nuestra salud, sino también nuestros campos, aguas y aire. No nos extrañemos si las tasas de cáncer, enfermedades cardiovasculares y gastrointestinales aumentan en Chile... una de las principales consecuencias de los transgénicos.
¿Cómo se podrá diferenciar un alimento transgénico de uno orgánico?
Este terreno es incierto, ya que uno de los principios que abogan las transnacionales es que habrá coexistencia entre ambos (orgánicos y transgénicos), pero esto es absolutamente imposible. En primer lugar, existen muchos agentes incontrolados para los agricultores o campesinos que tengan cultivos naturales; por ejemplo, las abejas que polinizan sin discriminar una planta de otra, llevando agentes contaminantes, el viento que desplazará semillas de un lado a otro y el agua entre otros. En segundo lugar, porque basta con que sólo una semilla se contamine en un campo orgánico para que todas las demás también se vean dañadas.
¿Y qué sucederá con el etiquetado de los productos?
Esto también es complicado, ya que por un lado es bueno que se transparente qué tipo de alimentos o vegetales y plantas son transgénicos y así la población estará informada sobre lo que está consumiendo. Sin embargo, hay ciertos vacíos legales, como por ejemplo frente a la situación de un productor orgánico cuyos productos están libres de transgenia y así sus etiquetas lo demuestran, pero eventualmente sus especies se contaminan por agentes externos: Todas sus cosechas también lo estarán y se enfrentará a un escenario muy complejo.
UN MONSTRUO LLAMADO MONSANTO
¿Cuál es el poder real de Monsanto en Chile?
Actualmente hay 770 nuevas especies registradas en el SAG de las cuales el 78% está en manos de las transnacionales y el resto pertenecen a universidades e instituciones. Estas especies corresponden a híbridos; cuya esencia es el intercambio genético entre especies similares, es decir, entre especies del mismo reino: Vegetales con vegetales y no vegetales con animales o minerales, como es el caso de los transgénicos.
Monsanto tiene el 90% de las semillas transgénicas en el mundo y cuenta con el apoyo del gobierno estadounidense, quien es uno de sus principales lobbistas. La visita que Barack Obama hizo en marzo pasado, uno de sus objetivos fue presionar a Chile para que legislara sobre los derechos de propiedad intelectual y así proteger los intereses de las transnacionales.
Son innumerables los antecedentes que existen contra Monsanto que la convierten en una de las peores empresas del mundo. ¿Así y todo operará en Chile?
Las tácticas con que operan no sólo Monsanto (que es la principal) sino también otras empresas como Dow Agroscience, Syngenta, Bayer, Pioneer, entre otras, están por sobre los gobiernos, estados, sistemas económicos y hasta el minuto son muy pocos los que han logrado hacerles frente. Sus metas son crear nichos en el tercer mundo para desarrollar sus experimentos a costa de la salud y el bienestar no sólo de nosotros, sino también de todas las generaciones futuras, que no sabemos qué tipo de alimentos consumirán.
Se entiende entonces que la presión política aquí ha sido fuerte...
Las transnacionales trabajan de la mano... sus prácticas son corruptas y permean todo lo que esté a su alcance. No nos extrañemos que la prensa tenga este silencio culposo y que algunos parlamentarios esgriman argumentos tan básicos y refutables.
¿A fin de cuentas, qué buscan las transnacionales?
Uno de los propósitos no confesados de Monsanto es crear en Chile un campo de farmoindustria, donde se desarrollan diversas especies vegetales que contendrán una variedad de químicos, antibióticos y quizás cuántas otras fórmulas. Por ejemplo, se desarrollarán especies que contengan facultades inmunológicas al igual que una vacuna y así estaremos consumiendo sólo fármacos y no frutas ni verduras saludables.
¿Es inminente la llegada de los transgénicos a nuestra dieta? ¿Qué resta por hacer?
Hay que sensibilizar a la ciudadanía a que tome conciencia sobre el grave daño al que estaremos expuestos, donde estas empresas, en complicidad con el Gobierno, se adueñarán de nuestro patrimonio y destruirán las agrupaciones de campesinos e indígenas que basan sus economías en el intercambio y a la vez, nos envenenarán con sus productos adulterados genéticamente. Hay que crear una alianza social entre productores campesinos, ciudadanos, estudiantes, trabajadores de la salud y todos quienes asuman que estamos ante un dramático escenario que atenta contra nuestra salud y patrimonio.
No se puede seguir legislando a nuestras espaldas... el pueblo necesita ser informado debidamente y ser consultado en temas tan esenciales para todos, porque el efecto de esto caerá sobre todos y no habrá exclusiones.
Por Claudia Pedreros Saá
Fuente: El Ciudadano
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